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EP. 2. MI COCHE Y YO. LA RUEDA DE HIERRO




La rueda de hierro.

No, no, no quiero decir a continuación que así aprendí a conducir, pero sí que aprendí a "circular y mantener el equilibrio de aquello a lo que yo, de alguna manera le impulso movimiento.

Veamos:

Si habéis vivido en los 50 y los 70 en pueblos de la España de siempre, conoceréis estos
aros:




Con estos aros de hierro jugaban los niños del pueblo, y con ellos uno podía imaginar conducir un coche, o una moto, o una bici. En definitiva, rodar, desplazarse y controlar. 

Había que hacerlos rodar sujetos con una barra de metal que, a modo de mordaza abierta enganchada al mismo aro nos permitía mantenerlos bajo nuestro control. Y bajar cuestas, rodar en llano y hasta subir pendientes; solo tenías que empujarlos y correr tras él. 

Eso sí, te exigía equilibrio, mucho equilibrio, y por supuesto saber mantener la trayectoria en una línea coherente, sin cambios bruscos pues te podías “accidentar” es decir, que el aro cayera. 
Además, tenías que imprimirle movimiento mediante el impulso constante, de lo contrario el aro volvía a caer, no tenía “ralentí”.



Eso me enseñó a mantener una trayectoria planificada en tiempo real porque tenías que estar muy atento siempre y mantener la vista al frente viendo venir los baches y las piedras para esquivarlos con cuidado o tomar otra dirección.

Actualmente cundo conduzco reviso el pavimento en milésimas de segundo en un 90% de los kilómetros que pisamos mi coche y yo. Cualquier bache en autovía, aunque haya pocos los hay, puede ser evitado siempre que antes, controles por los espejos que a derecha e izquierda no viene nadie. 

(Ojo, en los surcos de asfalto “roto” pueden acumularse clavos)


Y por otras carreteras lentas, comarcales, vecinales o abandonadas, los baches, que suelen ser grandes si los hay, que queden debajo del coche si es posible, como si éste se los “tragara”, que pasarlos por encima no hace daño a nadie.


Bajar estas cuestas con el aro era una aventura importante. Se alcanzaban velocidades incontrolables a veces, es decir, que se te escapaba el aro y siempre que se escapaba acababa tropezando con algún vecino que lógicamente te echaba un poco de bronca


El aro de hierro requería entonces un equilibrio especial que hoy día se traduce en equilibrio lógico de conducción, y éste es la concentración, centrarse en conducir y en nada más que conducir, en sentarse bien al volante, poner las manos sin cruzarlas, es decir, a las dos menos diez, en mirar lo más lejos posible, y en poder anticiparse.

Bastante parecido por cierto a la conducción del aro




Ese aro era mi coche, le echaba gasolina, adoraba que me mandasen a por el pan porque tenía que hacer un viaje más, y además lo podía dejar aparcado mientras compraba el pan.



Así comencé a saborear el acto de rodar, de conducir, de desplazarme de un sitio a otro. Ese era mi coche por entonces, éramos, mi coche y yo.






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